Desde siempre me fascinó la creatividad y todo el misterio que la rodea. Quizás porque tuve profesores en el colegio que hacían mucho hincapié en la prelación de ser creativo. De costumbre se asociaba a las artes como el dibujo, el teatro o la música. Pero fue en mi experiencia posterior en el Istituto Europeo di Design (IED) de Milán, cursando estudios de postgrado, donde descubrí la creatividad con mayúsculas. El IED, una de las escuelas de diseño más importante del mundo, sustentaba todo el aprendizaje en la creatividad. Más bien en el progetto, como se dice allí. Tuve que enfrentar nada más llegar un reto casi iniciático, una especie de novatada didáctica. Consistía en diseñar, con unos cartones y unas cuerdas, un artificio con el fin de que, dejándolo caer desde lo alto de una escalera, no estallara en el suelo la media docena de huevos que debería albergar.

Aquel ejercicio traicionero para un estudiante de Económicas escondía una clave: la creatividad no es nada si no tiene aplicación. Al menos en el ámbito del diseño entendido como generación de productos lanzados al mercado. Con el tiempo comprendí que la creatividad es la piedra angular en que se sustenta un emprendimiento. Pero lo es más la aplicación de esa creatividad, es decir la innovación.

Leí durante esta semana un artículo donde se afirmaba que tener ideas está sobrevalorado mientras que llevarlas a la práctica está infravalorado. Emprender es crear, pero sobre todo hacer, en un proceso donde la disciplina es clave. Uno de mis videos favoritos sobre creatividad es de Jaime Buhigas. Este consultor disecciona el proceso creativo en tres hitos, asociándolos a tres cajas de colores. La primera, negra, representa el principal dinosaurio al que se enfrenta todo proceso creativo: la dificultad de romper con lo vigente y la necesidad de superar miedos e incapacidades. El segundo de los hitos, caja blanca, invita a abrirse a un mundo de posibilidades, asociado al brainstorming, donde no hay juicio a priori. Toda idea debe ser considerada, incluso la que parece más ilógica e irreverente. Esta caja representa “el mundo de las musas”, donde quedan muchos llamados creativos que nunca llegan a nada. Buhigas certifica que no hay creatividad si no se llega a la caja roja, imagen de la puesta en práctica de una idea seleccionada. El tercer hito es, por tanto, el aterrizaje de una idea innovadora y creativa, paquetizada, con un valor cierto y revestida de las necesidades y atributos que requiere el mercado. Aterrizada, como se suele decir, igual que el artilugio de cartón y cuerdas lanzado desde lo alto de la escalera en el coqueto y añorado patio del IED de Milán.