Cuando entró en mí el gusanillo de la escritura, un libro estimuló lo que todavía era una lejana aspiración. A su autor, José Luis Sampedro (Barcelona, 1917) ya lo conocía en su faceta de profesor de Estructura Económica, asignatura que, si no recuerdo mal, formó parte del tercer curso de Económicas.

En uno de los primeros capítulos de Escribir es vivir (Plaza y Janés, 2005), Sampedro expone un sencillo paralelismo. Compara al escritor con una vaca. Aquella analogía, grabada a fuego en mi mente, la trasladé años después al campo del emprendimiento. No en vano escribir y emprender comparten el nexo fundamental de la creatividad.

Pero veamos. “Una vaca lo mira todo. Los ojos de las vacas son maravillosos, son un prodigio (…) asombrosos, tremendos, protuberantes, casi esféricos, se salen de las órbitas, con un gran angular que los humanos no tenemos. Y ¿qué hace la vaca viendo todo aquello? Se lo zampa, lo observa todo. El escritor también. Es un voyeur, lo ve todo, lo oye, lo huele, es un verdadero cotilla”.

Sampedro sigue disertando que “la vaca agacha la cabeza, arranca con sus dientes unas briznas de hierba, las mastica y se las traga. Pero como es un rumiante (…) saca de cada uno de los cuatro estómagos lo que ha tragado, lo vuelve a la boca y lo mastica de nuevo. El escritor actúa también como un rumiante: a todo lo que ha visto, todo lo que ha tocado y oído le da vueltas y más vueltas”.

Volcado en el campo del emprendimiento, y dando infinitas vueltas a cómo explicar la actitud que entiendo debe tener todo emprendedor, encontré en el ejemplo de las vacas la metáfora perfecta. Toda personalidad emprendedora necesita unos ojos curiosos, infinitamente abiertos a todo lo que le rodea. Sin esta mentalidad, un emprendedor no será capaz de conjugar todos los elementos que configuran y condicionan su proyecto. Una mirada atenta al producto o servicio, a la competencia, a los colaboradores, a clientes y proveedores, a la cuenta de resultados. Y sobre todo, una mirada al mercado y las circunstancias cambiantes que ocurren alrededor y que demandan una actitud atenta y proactiva. Después, todo ese input es almacenado por el emprendedor en alguno de sus estómagos para, en cada circunstancia, volver a sacarlo y usarlo en provecho del proyecto. Según datos ofrecidos por la plataforma CB Insights en el Informe The 20 Top Reasons startups fails de noviembre de 2019, la principal causa del fracaso empresarial radica, en un 42 % de los casos, en no atender al mercado y no digerir adecuadamente la información que ofrece.

Mis alumnos o asistentes a diversos foros quedan impactados al proyectar en una pantalla gigante el primer plano de una hermosa vaca. Aunque lo comprenden después. Más aún cuando añado un tercer elemento. Profundizando -o rumiando- en las características del ganado, encontré algo sorprendente que completa la analogía. Pocos saben que las vacas cuentan con una brújula interior que les hace conocer en todo momento dónde está el norte. Un sentido de la orientación del que carece el ser humano, perdido en medio de un prado desconocido. Bien haríamos en intentar incorporar este elemento a nuestra personalidad emprendedora. Tener claro en qué momento del proyecto estamos, hacia dónde dirigir los pasos cuando algo se tuerce y, sobre todo, cuál es la meta que perseguimos, resulta clave para todo desempeño emprendedor.

En resumen, a quien comience o está inmerso en un proyecto, le invito a buscar la imagen de una vaca y colocarla de salvapantallas. Nada como imitar a las vacas abriendo bien los ojos, rumiando todo lo que observamos y aprendemos; y caminando siempre hacia el norte. Así será mas fácil confirmar, parafraseando a Sampedro, que escribir (y emprender) es vivir.