Desde hace años añado a mi planning anual cursar una asignatura del Grado de Filosofía. Como una hormiga, voy conquistando el vasto y complicado territorio del ser y el saber. Tengo la ventaja -y el estímulo- de haber crecido entre los libros que llenaban las estanterías de mi casa debido a la labor docente de mi padre.
Más allá de otras motivaciones, he encontrado en la Filosofía conexiones muy interesantes con la Economía y por extensión con el desempeño emprendedor -ambas indisolubles-. La economía (del griego οίκος oíkos ‘casa’ y νόμος nómos ‘regla’, por lo tanto, originalmente, «dirección o administración de una casa») es una ciencia social -como la Filosofía- que estudia los procesos de producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios que ayudan a sostener familias y sociedades. La Economía no es una ciencia exacta como son la Matemática o la Física. Según otra definición, propia de las corrientes marginalistas, la ciencia económica analiza el comportamiento humano en la satisfacción de fines -a priori ilimitados- a partir de recursos escasos. En definitiva, cómo el hombre se las arregla para optimizar sus recursos.
Por otra parte la Filosofía no deja de ser una Economía del ser. La ciencia de la sabiduría ha puesto y pone gran parte de su empeño en llegar a la esencia de las cosas, es decir, a lo definitorio de algo -por definición permanente- cuando a nuestros ojos se presenta cambiante y contingente. Es decir, cuál es la esencia de “árbol” que permite identificar los miles de árboles que hay en el mundo. En definitiva, la Filosofía nace como un esfuerzo de unicidad a partir de la pluralidad. ¿Acaso, por tanto, la ontología no es una economía del ser? Quizá Platón tenía razón al sugerir que deberían ser filósofos los encargados del destino de las naciones.